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miércoles, 30 de marzo de 2016

Caminante no hay camino


Todo pasa y todo queda
Pero lo nuestro es pasar, 
Pasar haciendo caminos,
Caminos sobre la mar
Nunca perseguí la gloria,
Ni dejar en la memoria
De los hombres mi canción;
Yo amo los mundos sutiles,
Ingrávidos y gentiles
Como pompas de jabón
Me gusta verlos y pintarse de sol y grana,
Volar bajo el cielo azul,
Temblar súbitamente y quebrarse...
Nunca perseguí la gloria
Caminante son tus huellas
El camino y nada más;
Caminante no hay camino,
Se hace camino al andar
Al andar se hace camino
Y al volver la vista atrás
Se ve la senda que nunca
Se debe volver a pisar.
Caminante no hay camino
Sino estelas en la mar
Hace algún tiempo en ese lugar
Donde los bosques se visten de espinos
Se oyó la voz de un poeta gritar
Caminante no hay camino
Se hace camino al andar
Golpe a golpe, verso a verso
Murió el poeta lejos del hogar
Le cubre el polvo de un país vecino
Al alejarse, le vieron llorar
"Caminante no hay camino,
 se hace camino al andar..."
Golpe a golpe, verso a verso...
Cuando el jilguero no puede cantar
Cuando el poeta es un peregrino,
Cuando de nada nos sirve rezar.
Caminante no hay camino
Se hace camino al andar.

martes, 29 de marzo de 2016

El crimen fue en Granada


  Se le vio caminando entre fusiles
por una calle larga
salir al campo frío
aún con estrellas, de la madrugada.
  Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.
  El pelotón de verdugos
no osó mirarle a la cara.
  Todos cerraron los ojos
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico
sangre en la frente y plomo en las entrañas.
 Que fue en Granada el crimen
sabed ¡pobre Granada! ¡en su Granada!...


    Se le vio caminar solo con Ella

sin miedo a su guadaña.
  Ya el sol en torre y torre; los martillos
en yunque, yunque y yunque de las fraguas.
  Hablaba Federico
requebrando a la Muerte. Ella escuchaba.
  Porque ayer en mi verso, compañera
sonaba el eco de tus secas palmas
y diste el hielo a mi cantar, y el filo
a mi tragedia de tu hoz de plata
te cantaré la carne que no tienes
los ojos que te faltan
tus cabellos que el viento sacudía
los rojos labios donde te besaban...
  Hoy como ayer, gitana, muerte mía
qué bien contigo a solas
por estos aires de Granada, mi Granada!
   Labrad, amigos

de piedra y sueño, en el Alhambra
un túmulo al poeta
sobre una fuente donde llore el agua

y eternamente diga:
el crimen fue en Granada, ¡en su Granada!

jueves, 10 de marzo de 2016

¡Oh, la saeta, el cantar 
al Cristo de los gitanos, 
siempre con sangre en las manos, 
siempre por desenclavar! 
¡Cantar del pueblo andaluz, 
que todas las primaveras 
anda pidiendo escaleras 
para subir a la cruz! 
¡Cantar de la tierra mía, 
que echa flores 
al Jesús de la agonía, 
y es la fe de mis mayores! 
¡Oh, no eres tú mi cantar! 
¡No puedo cantar, ni quiero 
a ese Jesús del madero, 
sino al que anduvo en el mar!
Antonio Machado


Poema

Es mediodía. Un parque. 
Invierno. Blancas sendas; 
simétricos montículos 
y ramas esqueléticas. 
Bajo el invernadero, 
naranjos en maceta, 
y en su tonel, pintado 
de verde, la palmera. 
Un viejecillo dice, 
para su capa vieja: 
«¡El sol, esta hermosura 
de sol!... Los niños juegan. 
El agua de la fuente 
resbala, corre y sueña 
lamiendo, casi muda, 
la verdinosa piedra.


Antonio Machado

Poema

Mediaba el mes de julio. Era un hermoso día. 
Yo, solo, por las quiebras del pedregal subía, 
buscando los recodos de sombra, lentamente. 
A trechos me paraba para enjugar mi frente 
y dar algún respiro al pecho jadeante; 
o bien, ahincando el paso, el cuerpo hacia adelante 
y hacia la mano diestra vencido y apoyado 
en un bastón, a guisa de pastoril cayado, 
trepaba por los cerros que habitan las rapaces 
aves de altura, hollando las hierbas montaraces 
de fuerte olor ?romero, tomillo, salvia, espliego?. 
Sobre los agrios campos caía un sol de fuego. 
Un buitre de anchas alas con majestuoso vuelo 
cruzaba solitario el puro azul del cielo. 
Yo divisaba, lejos, un monte alto y agudo, 
y una redonda loma cual recamado escudo, 
y cárdenos alcores sobre la parda tierra 
?harapos esparcidos de un viejo arnés de guerra?, 
las serrezuelas calvas por donde tuerce el Duero 
para formar la corva ballesta de un arquero 
en torno a Soria. ?Soria es una barbacana, 
hacia Aragón, que tiene la torre castellana?. 
Veía el horizonte cerrado por colinas 
oscuras, coronadas de robles y de encinas; 
desnudos peñascales, algún humilde prado 
donde el merino pace y el toro, arrodillado 
sobre la hierba, rumia; las márgenes de río 
lucir sus verdes álamos al claro sol de estío, 
y, silenciosamente, lejanos pasajeros, 
¡tan diminutos! ?carros, jinetes y arrieros?, 
cruzar el largo puente, y bajo las arcadas 
de piedra ensombrecerse las aguas plateadas 
del Duero. 
El Duero cruza el corazón de roble 
de Iberia y de Castilla. 
¡Oh, tierra triste y noble, 
la de los altos llanos y yermos y roquedas, 
de campos sin arados, regatos ni arboledas; 
decrépitas ciudades, caminos sin mesones, 
y atónitos palurdos sin danzas ni canciones 
que aún van, abandonando el mortecino hogar, 
como tus largos ríos, Castilla, hacia la mar! 
Castilla miserable, ayer dominadora, 
envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora. 
¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada 
recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada? 
Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira; 
cambian la mar y el monte y el ojo que los mira. 
¿Pasó? Sobre sus campos aún el fantasma yerta 
de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra. 
La madre en otro tiempo fecunda en capitanes, 
madrastra es hoy apenas de humildes ganapanes. 
Castilla no es aquella tan generosa un día, 
cuando Myo Cid Rodrigo el de Vivar volvía, 
ufano de su nueva fortuna, y su opulencia, 
a regalar a Alfonso los huertos de Valencia; 
o que, tras la aventura que acreditó sus bríos, 
pedía la conquista de los inmensos ríos 
indianos a la corte, la madre de soldados, 
guerreros y adalides que han de tornar, cargados 
de plata y oro, a España, en regios galeones, 
para la presa cuervos, para la lid leones. 
Filósofos nutridos de sopa de convento 
contemplan impasibles el amplio firmamento; 
y si les llega en sueños, como un rumor distante, 
clamor de mercaderes de muelles de Levante, 
no acudirán siquiera a preguntar ¿qué pasa? 
Y ya la guerra ha abierto las puertas de su casa. 
Castilla miserable, ayer dominadora, 
envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora. 
El sol va declinando. De la ciudad lejana 
me llega un armonioso tañido de campana 
?ya irán a su rosario las enlutadas viejas?. 
De entre las peñas salen dos lindas comadrejas; 
me miran y se alejan, huyendo, y aparecen 
de nuevo, ¡tan curiosas!... Los campos se obscurecen. 
Hacia el camino blanco está el mesón abierto 
al campo ensombrecido y al pedregal desierto.



ANTONIO MACHADO

domingo, 21 de febrero de 2016

En abril, aguas mil.

Son de abril las aguas mil. 
Sopla el viento achubascado, 
y entre nublado y nublado 
hay trozos de cielo añil. 
Agua y sol. El iris brilla. 
En una nube lejana, 
zigzaguea 
una centella amarilla. 
La lluvia da en la ventana 
y el cristal repiqueteo. 
A través de la neblina 
que forma la lluvia fina, 
se divisa un prado verde, 
y un encinar se esfumina, 
y una sierra gris se pierde. 
Los hilos del aguacero 
sesgan las nacientes frondas, 
y agitan las turbias ondas 
en el remanso del Duero. 
Lloviendo está en los habares 
y en las pardas sementeras; 
hay sol en los encinares, 
charcos por las carreteras. 
Lluvia y sol. Ya se oscurece 
el campo, ya se ilumina; 
allí un cerro desparece, 
allá surge una colina. 
Ya son claros, ya sombríos 
los dispersos caseríos, 
los lejanos torreones. 
Hacia la sierra plomiza.

Un loco

Es una tarde mustia y desabrida
de un otoño sin frutos, en la tierra
estéril y raída
donde la sombra de un centauro yerra.
Por un camino en la árida llanura,
entre álamos marchitos,
a solas con su sombra y su locura
va el loco, hablando a gritos.
Lejos se ven sombríos estepares,
colinas con malezas y cambrones,
y ruinas de viejos encinares,
coronando los agrios serrijones.
El loco vocifera
a solas con su sombra y su quimera.
Es horrible y grotesca su figura;
flaco, sucio, maltrecho y mal rapado,
ojos de calentura
iluminan su rostro demacrado.
Huye de la ciudad... Pobres maldades,
misérrimas virtudes y quehaceres
de chulos aburridos, y ruindades
de ociosos mercaderes.
Por los campos de Dios el loco avanza.
Tras la tierra esquelética y sequiza
¿rojo de herrumbre y pardo de ceniza?
hay un sueño de lirio en lontananza.
Huye de la ciudad. ¡El tedio urbano!
¿¡carne triste y espíritu villano!?.
No fue por una trágica amargura
esta alma errante desgajada y rota;
purga un pecado ajeno: la cordura,
la terrible cordura del idiota.

sábado, 6 de febrero de 2016

Allá, en las tierras altas

 Allá, en las tierras altas,
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, entre plomizos cerros
y manchas de raídos encinares,
mi corazón está vagando, en sueños...
  ¿No ves, Leonor, los álamos del río
con sus ramajes yertos?
Mira el Moncayo azul y blanco; dame
tu mano y paseemos.
Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando solo,
triste, cansado, pensativo y viejo.


Caminante no hay camino

Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino
sino estelas en la mar.

A un olmo seco (Antonio Machado)

Al olmo viejo, hendido por el rayo 
y en su mitad podrido, 
con las lluvias de abril y el sol de mayo 
algunas hojas verdes le han salido. 

¡El olmo centenario en la colina 
que lame el Duero! Un musgo amarillento 
le mancha la corteza blanquecina 
al tronco carcomido y polvoriento. 

No será, cual los álamos cantores 
que guardan el camino y la ribera, 
habitado de pardos ruiseñores. 

Ejército de hormigas en hilera 
va trepando por él, y en sus entrañas 
urden sus telas grises las arañas. 

Antes que te derribe, olmo del Duero, 
con su hacha el leñador, y el carpintero 
te convierta en melena de campana, 
lanza de carro o yugo de carreta; 
antes que rojo en el hogar, mañana, 
ardas de alguna mísera caseta, 
al borde de un camino; 
antes que te descuaje un torbellino 
y tronche el soplo de las sierras blancas; 
antes que el río hasta la mar te empuje 
por valles y barrancas, 
olmo, quiero anotar en mi cartera 
la gracia de tu rama verdecida. 
Mi corazón espera 
también, hacia la luz y hacia la vida, 
otro milagro de la primavera.

              autógrafo